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Los que nunca fallan: los familiares



Aunque en este apartado posiblemente escribirán más mis familiares que yo, querría compartir algunas palabras desde mi experiencia para estrenarlo.


A lo largo de mi vida, he tenido la suerte de cuidar 12 años a mi madre con Alzheimer y 6 meses a mi padre con Displasia Medular. Esos años sacaron lo mejor de mí y me ayudan ahora a llevar mi enfermedad y a comprender que el sufrimiento encierra muchísima felicidad. No por masoquismo, sino porque si contamos con las herramientas necesarias en el momento del dolor, nos quedamos sorprendidos de la grandeza que tenemos en nuestro interior.


En la vida siempre hay detalles que dulcifican los momentos más amargos. Cuando a mi madre le diagnosticaron Alzheimer, yo estaba haciendo prácticas de Enfermería en la Unidad de Valoración Geriátrica en el Hospital Santa María del Rosell por lo que, afortunadamente, podía ir descubriendo lo que pasaba a mi madre a través de las prácticas.

Con ello, pude aprender una cosa sencilla pero, a mi parecer, valiosa: que hay que dejar que la persona tenga, viva y sufra la enfermedad. En el caso del Alzheimer, no debía reprocharle todas las cosas que repetía sin querer, todo lo que olvidaba, todo lo que no sabía hacer. Esto es, ni exigir ni juzgar, sino vivirla con ella: quererla, acompañarla y ayudarla todas las veces que hiciera falta.


Si lo que te toca vivir lo eliges con amor, diría que sí es posible ser feliz. Este tipo de enfermedades son una fuente de la felicidad porque sacan lo mejor de ti. Nos gusta rodearnos de personas alegres, pacientes, generosas, valientes... ¿Hay acaso mejor escuela de virtudes que cuidar de nuestros familiares durante la enfermedad?

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